sábado, 31 de diciembre de 2016

Feliz Año 2017

"En la cárcel y en el hospital, se conoce a los amigos (yo agregaría en el desamor)". "Un verdadero amigo (médico) nunca mentirá para hacerte feliz; siempre dirá la verdad, aún si ésta duele". Quizá sean dos frases que los jefes de hospitales deberían mandar bordar en los uniformes de los enfermeros de todo hospital.  A veces ni son necesarias saberlas, pero cuando es el padre nuestro de cada día de los enfermeros, tanto en los pasillos como al momento de dar consuelo a sus pacientes; quizá ahorraríamos mucha logística si los hacemos eslogan para sus uniformes blancos y pulcros.
Estar convaleciente y en el hospital, no sólo es algo indeseable; también es algo que requiere de la mejor compañía para que todo sea más llevadero. En mi caso, y sin que lo esperara, me tocó estar más cerca del maestro Armando Fuentes Aguirre, se convirtió en el mejor de los amigos que no faltó un sólo día en la habitación de aquel hospital, que dicho sea de paso y buscando no me perdiera, siempre tuvo el mismo número: 2017. Tenía toda la prospectiva del año que me espera para vencer cualquier obstáculo, además de encontrarse en el segundo piso.

Fuentes Aguirre no sólo me arrancaba sonrisas, me psicoanalizaba hasta encontrar lo que él buscaba, peor que una terapia de electroemociones. Él mismo, sin que lo supiera, me ayudó a encontrar la palabras con las cuales deseo despedir el 2016 y comenzar el 2017:

Chema Pitol Vargas estaba triste. El año se le había ido como agua entre los dedos. Había leído mucho, sí; pero leer no es todo.
Había escrito mucho, sí; pero escribir es poco.  Se afligía Chema Pitol; se preguntaba a dónde se habían ido aquellos 365 días que perdió.
En eso escuchó ruidos alegres en el patio: reía su mujer (su cusinela); gritaba su hijo (un unicornio azul arrebato por confundir una tradición con el sentido del sacramento del matrimonio); ladraba su perrita Emilia, y la vieja criada de la casa cantaba una "Knockin' On Heaven's Door" de Bob Dylan. Pensó Chema Pitol que amaba a su mujer, y amaba a su hijo y a su perro, y a la vieja criada, y a su canción, y al mundo. Aunque no había hecho nada en todo el año, había amado... había aprendido a amar.
Entonces oyó una voz dentro de sí. La voz que le dijo, que no perdió sus días si en ellos puso amor. No supo Chema Pitol si esa voz era la voz de Dios o era la voz de la vida,  o la voz de Conchita (su ángel de la guarda), pero supo que era una voz verdadera y, sobre todo dictado desde su corazón, una voz honesta; porque el amor es siempre la mayor verdad.
En verdad le quiero agradecer a Armando por su compañía "incondicional". Por ayudar a ponerle texto al año que se va y al que está por venir. Armando siempre se ha despedido de una manera sutil y perfectamente llena de "esperanza"... ¡Hasta mañana!...

¡Feliz 2017!



jueves, 25 de agosto de 2016

¿Por qué me gusta encontrar errores en los libros?

¿De qué color son los botones de la camisa del gordo Menchaca que se describen en la página 37? ¿De qué material está hecha la banca del parque en la que el gordo Menchaca besó por primera vez a su novia?

Las preguntas anteriores tienen un estilo único asociado a la maestra de literatura en la secundaria. Con ellas solía hacer exámenes bimestrales para que sus alumnos acreditáramos la materia. Ella decía que era la única manera con la cual podía asegurar que sus alumnos en verdad leían las lecturas recomendadas en el plan de estudios.

"¡Qué absurda y castigadora forma de acercarse a los libros tiene tu maestra!" Fue el comentario del padre chef de mi entonces compañera favorita de escuela.

Obsoleta o no, fue la manera en la que me hacía amigo de los libros. Hoy podría reírme de ello. Digamos que lo tomo como una anécdota de mi infancia que deja claro mi experiencia como lector.

"Aprenda a escribir con claridad y precisión" es el subtitulo de aquel libro con el que aprendía a escribir mientras estudiaba la preparatoria. "Ya tienes el ímpetu, ganas y sensibilidad, lo que te hace falta es un estilo y sencillez", me decía mi profesora de literatura quien estudiaba un master  en la facultad de filosofía y letras de la UNAM. Aquella maestra me hizo saber que la Dra. Ana María Maqueo impartía clases de creación literaria en la facultad y que podría acceder a sus enseñanzas con tan solo presentarme. Las únicas dos veces que los tiempos se acomodaron para presentarme a su clase, no habló de su libro titulado "redacción", por el contrario, habló del título del maestro Sandro Cohen: "redacción sin dolor".

-          "En estos tiempos  quizá no es tan importante el uso de acentos, mayúsculas y minúsculas. Los procesadores de texto ya están programados para detectar esas fallas. Lo importante es que aprendan a redactar sin que les duela expresar lo que su voz interior les dicte, sin importar que se mientan para crear, eso propiamente podría ser ficción".

Después de aquella clase supe que la creación literaria no siempre tiene que ver con la realidad, que mis dolores se disipan cuando la creatividad y la imaginación ocasionan que el tiempo y el espacio dejen de importarme hasta interesarme en la combinación de palabras para expresar eso que pienso y siento. Plantear un ecosistema que logre un efecto en quien lee lo que redacto es un verdadero elogio, no importa que sea melancolía, enojo, alegría o cualquier otro sentimiento. Lo que un escritor gana cuando lo leen, es una reacción, incluyendo las ganas de no seguir y dejar de lado el final; incluyendo las ganas de publicar un mensaje en la red social más importante para que nadie más regrese a ese momento (sentimiento).

Unos momentos después, caigo en cuenta y aseguro que ni soy escritor y ni tengo una novela que ofrecer. Lo más cercano son las tesis que he regalado a mis 5 lectores que han vivido bajo el mismo techo. Por lo mismo, cambiaré el sentido al cuestionamiento:

¿Qué debe pasar para que, como lector, me sienta aplaudido y con ganas de contactar al autor del libro que estoy leyendo? ¿Qué tendría que leer para sentirme tan feliz como para desear buscar a mi maestra y demostrarle que en verdad disfruto de la lectura?

Encuentro respuestas cuando descubro un error en el libro que leo, si es de mi autor favorito, la sensación genera más felicidad. Para entonces tengo la justificación perfecta para seguir leyendo libros en formato físico, pues tengo una edición única que se caracterizará por sus errores y, con el paso del tiempo, quizá herede algo inusual como para subastarse esperando buenos rendimientos.

Lo siguiente que se me ocurre hacer son dos cosas:

1.- Busco al escritor a través de las redes sociales y le envío la imagen del error en su libro. Sin importar si me contestará o no; sin importar si la editorial le ha puesto un commodity manager a gestionar su fama; sin importar, incluso, si aseguro que aquel ciclo de la comunicación aprendido en la primaria, se cierre.
2.- Guardo mi hallazgo para la siguiente vez que al autor tenga una presentación de un libro, espero el momento de las preguntas y comparto las coordenadas del error tipográfico, ortográfico, gramatical, de estilo, garrafal...  sin importar que me lo agradezca, se disculpe, se moleste o me ignore.

Luego de desbordar mi ansiedad, lo que tenía pensando compartirles es un ejemplo de error en el libro juvenil de mi autor favorito que actualmente leo.

Libro: El libro salvaje. Autor: Juan Villoro. Editorial: Fondo de Cultura Económica. Edición: número 198 de la colección A la Orilla del Viento con un tiraje de 20500 ejemplares.

Invoco de nuevo mi ansiedad, pienso un rato, medito otro más...  entiendo que lo que quizá estoy descubriendo es un error administrativo en las editoriales.

Creo que tendré que replantear lo que he redactado para ustedes...

... espero encontrar todos los errores y mejorar lo dicho en este post.

domingo, 24 de julio de 2016

Las edades de Lulú

Dedicado a Joyce Carol Oates
"Se vende caro" es la frase que quizá más se ha escuchado durante lo que va de este 2016.  Dicha frase, no deja de asociarse con la actividad que el dólar ha tenido frente al peso mexicano; ser parte de un país tan interesante como México, trae consigo un peso que no se compara con el valor de una moneda como la estadounidense. Los valores que se aprenden de niño en un país cercano a la primer potencia mundial, son tan complejos que podrían separarse fácilmente de los de una niña.
A muchos de nosotros, cuando éramos pequeños nos decían  "Soy tu madre y te digo que te aguantes... como los machos", "De pequeño dedícate  a sembrar flores y de grande a cosechar amores".

Almudena Grandes, a través de una prosa linda y hasta cierto punto tierna, le dice a su principal personaje en su novela "Las edades de Lulú" editada por “TusQuets”, que mientras seas el mejor de los hijos, tus padres te traerán más presente (en su mente y corazón) que los demás hijos débiles, aunque eso no quiera decir que tendrás más apoyo:

"Tienes muchas cosas de las que darle gracias a Dios, hija. Eres guapa, eres lista, te gusta estudiar, sacas buenas notas, tienes carácter, y fortaleza, sabes encarar los problemas, los disgustos... no me preocupas, aunque eso no quiere decir que no te quiera. Quiero decir que tú no me necesitas, tú saldrás adelante sin la ayuda de nadie, irás a la universidad, terminarás la carrera con buenas notas, y tendrás éxito, te casarás con un chico guapo y rico... "

Tan pronto como la escritora Oates me hizo llegar el mensaje de recomendación para leer a Almudena a través de la mejor de sus novelas, yo supuse que los matices del mensaje tenían que ver con una voz de profeta, anticipando así que sería la lectura más erótica y cachonda que he leído en el último año. El error estuvo en confundir un mensaje anticipado con aquellos que una madre le hace llegar a quien considera su hijo y, por consiguiente, todo cuanto recomienda es por el bien de la familia, incluso anteponiendo la felicidad de padre, incluso recomendando hacer lo que una madre no puede por su compromiso de estar al frente, incluso anteponiendo la felicidad, incluso... pero no fue así. Esta vez no fue suficiente la recomendación de una mamá gallina para llegar a un lectura que es de gran precio y que me quedó a deber; tampoco fueron suficientes los diez años que debieron pasar para que la novela fuera corregida y publicada en su edición definitiva. El mismo prólogo me anticipó que pasaría una lectura erótica inigualable digna de leerse con las piernas juntas. En resumen, se vendió muy cara y yo, por una recomendación maternal, compré la idea sin esperar a que mi escritora favorita hiciera lo que siempre había querido hacer.... “dejarlo todo e irme en una sola dirección, con una novela a la vez”.

Cada que respondía a la pregunta que los cercanos me hacían: ¿Ahora qué estás leyendo? Y luego de citarles el nombre del libro y la autora, incluso de señalarles la portada, varios se anticiparon diciéndome que el titulo lo habían escuchado en una película del cine erótico. Debido a que es mi primer encuentro con la Autora, yo sólo movía los hombros insinuando una respuesta que llevaba a un quizá o un tal vez.

Confieso que dejé de lado el contexto de la novela al momento de leerla, es decir, olvidé por completo que la primera publicación fue en 1989, quizá para entonces hablar del erotismo y goce en las damas causaba polémica por ser un tabú. Si me atrevo a recomendar el libro, no es porque se lee más tierno que erótico, sino porque contextualizándolo en el momento en el que la autora lo sacó a la luz, creo que apenas se hablaba de la dependencia química (drogas y alcohol), un poco quizá a las apuestas y a la comida, pero casi no se precisaba de la codependencia al sexo en las damas. Es de este modo que el final, que no es muy feliz, podría tomar sentido, incluso a diez años de vigencia y luego de que la autora decidió hacer mejoras. Una necesidad de satisfacer los demonios de Lulú a través del sexo, incluso arriesgando su integridad física, justificarían un lenguaje perverso que se lee durante las 280 páginas, incluso al borde de que Lulú estuviera por perder su identidad, sus ilusiones y hasta su familia.


La novela tiene notas reflexivas que me llevaron a retomar y pecar sobre enseñanzas que se llegan a cachar en el argot de la vida: “El que mucho abarca, poco aprieta”, “El que a dos atiende con uno queda mal”, “Termina bien un compromiso antes de comenzar con otro”. Para no sentirme mal de no seguir esos consejos, tuve que sentirme humano, tuve que darme un derecho a equivocarme (a perderme el asco) y, por lo mismo, no habiendo terminado la novela, y pese a que me han quedado a deber luego de venderse a un alto precio (la Autora y quien me lo recomendó), ya me encuentro leyendo otro de sus titulos: “Los aires difíciles”; que también ha vendido más de 300,000 ejemplares. Me he prometido no documentarme tanto sobre el libro antes de leerlo, me he prometido no infoxicarme al grado de elevar las espectativas. Lo estaba haciendo con su libro "Los besos en el pan", por lo mismo lo dejé de lado y comencé con la historia de Juan Olmedo y Sara Gómez.

sábado, 23 de julio de 2016

¿Cómo despedirte de Terry, el mejor amigo del hombre?


Hace no mucho me preguntaron: ¿Qué palabras le dirías a tu mejor amigo que te acompañó en las buenas y malas durante más de 12 años y va camino al cielo? Aquel amigo que siempre estuvo disponible para recibirte, con la mejor actitud sin importan la hora, condición o contenido mental con el que llegas a casa.

No tuve palabras para expresar una sola frase. Lo que si lograron fue llevarme a un mundo de pensamientos que durante más de dos horas no pude quitármelos. “Jamás me va a pasar… jamás ha de morir uno de mis perrijos, jamás he de abandonarlos, jamás he de regalarlos… nunca”, poco a poco se fueron esos demonios, poco a poco dejaron de hacer sinapsis esas ideas en mi cabeza. Ya luego se me pasó. Hoy, he encontrado un poema del maestro “Armando Flores Aguirre”, obtenido de su columna Mirador en el periódico mexicano reforma; para responder a aquella pregunta.

¿Recuerdas, Terry/Ender/Maika/LiLuz/Boby/Firulais..., amado perro mío,
aquella tempestad de rayos que cayó cerca
de la casa?
Eras cachorro todavía, y te asustaste.
Mi esposa te tomó en sus brazos, y de
inmediato te tranquilizaste. Ya no oíste
los truenos como un peligro que te
amenazaba, sino como una música que
Wagner o Berlioz tocaba para ti.

A veces, Terry/Ender/Maika/LiLuz/Boby/Firulais... llegan a mi vida tormentas
que me atemorizan. Entonces me refugio
en los brazos de mi esposa –de mi mujer,
de mi señora. En ellos mis tormentas
se sosiegan, y ya no temo al rayo ni me
causan espanto los relámpagos.

Cada quien debería tener cerca de sí
unos brazos en los cuales buscar asilo
en tiempos de borrasca. Si no los tiene,
busque los de Dios. Son amorosos brazos.
De ellos salimos y a ellos vamos a volver.
En sus brazos estás tú ya, querido Terry/Ender/Maika/LiLuz/Boby/Firulais...
En ellos te encontraré. Me encontraré
en ellos.

A este poema, sólo le agregaría.

Te voy a extrañar fiel amigo incondicional.

viernes, 22 de julio de 2016

Los Dioses son de barro


Los Dioses son de Barro” fue la expresión que uno de mis mentores utilizó para aleccionarme en lo que fuera mi primer empleo. Usó dicha frase para precisar su condolencia ante mi primer falla luego de venir con un record de ocho meses invicto. Aquella manera de expresarse estuvo acompañada de un lenguaje corporal que alzando las manos y dejándolas caer en dirección al suelo, claramente pude percibir cómo su desilusión se quebraba a la par que los Dioses del altar donde me tenía, también se hacían añicos.

Aquel acontecimiento me remontó a mis clases de física en preparatoria, la caída libre es el movimiento de un cuerpo que se debe únicamente a la influencia de la gravedad.
Detallando este concepto podríamos encontrar que este movimiento tiene una aceleración dirigida hacia abajo cuyo valor depende del lugar donde se encuentre. En la Tierra este valor es de aproximadamente 9,8 m/s², es decir, que los cuerpos dejados en caída libre aumentan su velocidad (hacia abajo) en 9,8 m/s cada segundo.
Libres somos de caernos en la tierra las veces que sean necesarias, porque la física nos podría asegurar una cosa: del suelo no pasaremos.

El concepto es aplicable también a objetos en movimiento vertical ascendente sometidos a la acción desaceleradora de la gravedad, como un disparo vertical; o a cualquier objeto (satélites naturales o artificialesplanetas, etc.) en órbita alrededor de un cuerpo celeste

La noche de anoche, postrado en la cama y casi sin poder moverme, entendí que la soledad era más llevadera tan sólo de sentir las almohadas, mismas que limitaban mi espacio para no caer de manera libre en dirección hacia el suelo de un segundo piso. Eran pues unos satélites suaves y llenos de plumas de ganzo que orbitaban alrededor de mi cuerpo. Mi cuerpo que no necesariamente es celestial, pero que quizá brilla por su propia enfermedad. Con los nervios saliéndome del cuerpo como hilachas, como las fibras de una escoba vieja, y arrastrando en el suelo, jalando todavía el fardo de mi alma, cansado, debastado… pero aferrado a la vida, descubrí que no era mi inconsciente el que me traiciona al grado de llevarme a sueños indeseados como para provocarme taquicardias e insomnio. Lo que estaba pasando es que cada vez que se caía la almohada de quien fuera mi mejor acompañante y que, por cuestiones adversas y variadas, decidió abandonar su lugar en esta vida (Q.P.D); el viaje de la cama hacia el suelo de aquellas plumas de ganzo, estaban representando un derecho a la libertad, a la libertad de hacerse a un lado de mi cuerpo para dejarme soñar, para dejarme sentir hastiado de usar mi corazón del diario, saberme sobre esa cama y a esas horas esperando el derrumbe, la inminente caída que ha de sepultarme.

Aquello podría ocurrir en cualquier momento, pero siempre esperando que mañana, apenas un rayo de sol ilumine mis párpados, me levante de nuevo, para caminar entre la gente. Para llegar a casa y seguir la máxima del Poeta Jaime Sabines: llevar mi mano sobre la piel de los muebles en casa, para quitar el polvo que he dejado caer sobre los espejos.

Como una escarlatina me ha de brotar, de pronto, la vida. Sin importar que los Dioses sean de barro y se caigan para enseñarnos a ser mejores personas.

Dulces sueños.

jueves, 9 de junio de 2016

#OrigenDeLaPalabra alcahuete en tiempos tecnológicos.

Cuando alguien me pregunta ¿Por qué aún no tienes cuenta en la red social Facebook? pienso... vuelvo a pensar... reflexiono... y caigo en cuenta que me desilusiona la gente que sólo se dedica a compartir lo que otros crean, algo así como sanguijuelas que viven del contenido soso de otros. Y viniendo de gente profesional y/o profesionista, madura, inteligente y hasta de quienes yo considero brillantes... ya luego se me pasa cuando me engaño diciéndome que son buscadores a pie, esos que le ayudan a los otros a buscar los memes que uno no puede o no tiene tiempo de hacer. Digamos que le llevan el contenido a otros hasta la puerta de su casa. Son un verdadero filtro humano que podrían categorizarse.

Quienes se dedican a compartir, quizá tengan cura; pero quienes se dedican a leer, emocionarse y marcar como favorito... no tengo muchas esperanzas para ellos.
La cura a esta parálisis neuronal, la tiene Laura García Arroyo con su libro "Enredados". Ella es periodista y lexicóloga, una de las conductoras de "La dichosa palabra", espacio de Canal 22 que tras 11 temporadas sigue transmitiéndose y junto con sus dichosos compañeros, se han dedicado a desmenuzar el lenguaje y contagiar el amor por la lectura. Realiza colaboraciones esporádicas en diferentes revistas, presenta libros y busca contarle al mundo por qué leer es una actividad de primera necesidad, con la ilusión de que su pasión sea contagiosa.

Imagen obtenida de la cuenta de twitter de la autora @lauentuiter

Laura en su libro sugiere  re-inventar lo inventado como un proceso normal de la innovación. Veamos si la invitación me hace sentido.

Leía en la cuenta de twitter del instituto de investigaciones filológicas, dividido en tres partes, lo siguiente:
Imágenes integradas 1


Imágenes integradas 2


Imágenes integradas 3

#OrigenDeLaPalabra alcahuete debe su origen a una costumbre medieval árabe: cuando un señor quería conquistar a una mujer casada le enviaba al marido un caballo de regalo con el fin de ganar su simpatía y poder aproximarse a la esposa deseada. Es palabra antigua, registrada en nuestra lengua desde 1521, que ya aparece, por cierto, en el Quijote.

#NuevoSentidoAUnaPalabra alcahuete debe su origen a una costumbre medieval árabe pero se adecua a los tiempos del consumismo y tecnología de punta: cuando un señor quiere conquistar a una mujer casada, si le envía al marido un Ferrari 488 (el equivalente a 660 caballos de fuerza) como regalo, estaría ganando la simpatía de éste y aproximándose a la esposa deseada, quizá hasta terminan dando un paseo tripartita.

Es claro que un proceso creativo me podría llevar no sólo a conocer el origen de una palabra, también a orientar el significado erróneo que solía tener y finalmente, pero no menos importante, a renovar la vigencia de una palabra con ideas novedosas. 

Me sentía iluso creyendo que el "alcahuetear" de las abuelitas y mamás podría ser una manera común de demostrar cariño.

¡¡Viva el lenguaje!! ¡¡Vuvuzelas para las palabras!!