Los Dioses son de barro

10:43 p.m.


Los Dioses son de Barro” fue la expresión que uno de mis mentores utilizó para aleccionarme en lo que fuera mi primer empleo. Usó dicha frase para precisar su condolencia ante mi primer falla luego de venir con un record de ocho meses invicto. Aquella manera de expresarse estuvo acompañada de un lenguaje corporal que alzando las manos y dejándolas caer en dirección al suelo, claramente pude percibir cómo su desilusión se quebraba a la par que los Dioses del altar donde me tenía, también se hacían añicos.

Aquel acontecimiento me remontó a mis clases de física en preparatoria, la caída libre es el movimiento de un cuerpo que se debe únicamente a la influencia de la gravedad.
Detallando este concepto podríamos encontrar que este movimiento tiene una aceleración dirigida hacia abajo cuyo valor depende del lugar donde se encuentre. En la Tierra este valor es de aproximadamente 9,8 m/s², es decir, que los cuerpos dejados en caída libre aumentan su velocidad (hacia abajo) en 9,8 m/s cada segundo.
Libres somos de caernos en la tierra las veces que sean necesarias, porque la física nos podría asegurar una cosa: del suelo no pasaremos.

El concepto es aplicable también a objetos en movimiento vertical ascendente sometidos a la acción desaceleradora de la gravedad, como un disparo vertical; o a cualquier objeto (satélites naturales o artificialesplanetas, etc.) en órbita alrededor de un cuerpo celeste

La noche de anoche, postrado en la cama y casi sin poder moverme, entendí que la soledad era más llevadera tan sólo de sentir las almohadas, mismas que limitaban mi espacio para no caer de manera libre en dirección hacia el suelo de un segundo piso. Eran pues unos satélites suaves y llenos de plumas de ganzo que orbitaban alrededor de mi cuerpo. Mi cuerpo que no necesariamente es celestial, pero que quizá brilla por su propia enfermedad. Con los nervios saliéndome del cuerpo como hilachas, como las fibras de una escoba vieja, y arrastrando en el suelo, jalando todavía el fardo de mi alma, cansado, debastado… pero aferrado a la vida, descubrí que no era mi inconsciente el que me traiciona al grado de llevarme a sueños indeseados como para provocarme taquicardias e insomnio. Lo que estaba pasando es que cada vez que se caía la almohada de quien fuera mi mejor acompañante y que, por cuestiones adversas y variadas, decidió abandonar su lugar en esta vida (Q.P.D); el viaje de la cama hacia el suelo de aquellas plumas de ganzo, estaban representando un derecho a la libertad, a la libertad de hacerse a un lado de mi cuerpo para dejarme soñar, para dejarme sentir hastiado de usar mi corazón del diario, saberme sobre esa cama y a esas horas esperando el derrumbe, la inminente caída que ha de sepultarme.

Aquello podría ocurrir en cualquier momento, pero siempre esperando que mañana, apenas un rayo de sol ilumine mis párpados, me levante de nuevo, para caminar entre la gente. Para llegar a casa y seguir la máxima del Poeta Jaime Sabines: llevar mi mano sobre la piel de los muebles en casa, para quitar el polvo que he dejado caer sobre los espejos.

Como una escarlatina me ha de brotar, de pronto, la vida. Sin importar que los Dioses sean de barro y se caigan para enseñarnos a ser mejores personas.

Dulces sueños.

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