Tuve la inquietud de leer este
libro luego de que el escritor Jorge Volpi (@jvolpi) publicara en su cuenta de
Twitter el primer día del 2012, en otras cosas, que el mejor libro que leyó en
2011 fue “Canción de Tumba” de Julian Herbert. Confieso que apenas me fue
posible, traté de conseguir un ejemplar en la librería más cercana pero no tuve
éxito. Envíe un correo a la editorial para saber la fecha exacta en la que
estaría disponible para los lectores mexicanos, me contestó amablemente el Sr.
Jesús Ángel Grajeda con muchas señales de esperanza “¡Hola! El
libro sale a la venta en unos días más y se encontrará en todas las cadenas de
librerías de mayor prestigio”
La primera reacción que tuve al
tener el libro en mis manos, fue engrandecer los ojos. Esta reacción fue una
consecuencia por leer la cinta en color naranja que abrazaba la portada:
El libro fue tan divertido que me
remontó a los momentos en los que se estudia literatura en la preparatoria y el
profesor, como una de las muchas tareas que deja a sus alumnos, pide inventar
una palabra que no esté en el diccionario pero que tenga un significado tan
común que podría ser candidata a incluirse en la siguiente revisión. El autor
propone por lo menos dos:
“Hartista”: es un concepto para
darle dignidad al oficio creativo más congruente de nuestro siglo, el hartazgo.
“Ñañengue”: se refiere a los
cobardes: ñangos –es decir flacos- y blandengues.
El estilo del escritor brinda la
posibilidad de decir maldiciones y obscenidades a nombre del lector. Le da un
sentido único a frases como “andar en
Esto” para referirse al trabajo de una sexoservidora, frases como “Esto”, “Aquello”, “Lo De Arriba”
y “La Parte Externa De Aquello” para
referirse a los órganos sexuales. Hace divertido y enriquecedor el vocabulario al
nombrar a la “cocaína” con algo que es más que una droga: “la cois”, “doña Blanca”, “fifí”, “la caspita del diablo”, “la soda”, “el suavitel”.
Te arranca una sonrisa cuando, en
contextos diferentes, se leen frases como:
- Mi madre no es mi madre. Mi madre era la música.
- Mi madre no es mi madre. Mi madre era la literatura.
- Mi mente es mi segunda madre.
Desde que lees la contraportada se
sabe que encontrarás la historia de la madre del narrador, incluso se anticipa
su muerte por leucemia, pero lo que no encontré a simple vista, fue esa peculiar
forma de describir una sensación que desde hace mucho no podía expresar, y que tampoco
tuve que esperar a que mi madre sufriera de cáncer para compartir una larga agonía,
mucho menos tuve que enfermar de gravedad al mismo tiempo en que mi madre
recibía quimioterapias para entender que una madre es única en esta vida:
Dijo:
-¿Cómo
estás, mi bebé…? No sabes cómo lloré porque no me dejaban ir a cuidarte como me cuidas tú.
Por
primera vez en muchos años, nos besamos en la boca.