Mi mejor amigo es un Drone

9:07 p.m.

Inspirado en Elon Musk.

Caminando quince cuadras sobre la misma acera donde está mi casa, llego a la escuela todas las mañana en punto de las 8:00 am, le contaba a la nueva Miss de Robótica que había llegado al Colegio. Desde que papá sufrió aquel accidente que lo dejó paralítico, mi madre tiene que cuidar de él y, por lo mismo, no le es posible acompañarme hasta la puerta de la escuela como solía hacerlo; hemos logrado organizarnos de manera distinta.

Gachurro es un vecino adulto de mala fama por hacer invitaciones extrañas a las niñas más sonrientes que pasan cerca de su casa. Para suerte mía, nunca ha logrado verme de frente como para hacer uso de su lenguaje corporal invitándome a seguirle en algunos de sus rituales. Siempre que se da cuenta de mi presencia, ya llevo más de media cuadra andando. Lo más que ha logrado es saludarme:

Gachurro – ¡Abran paso que ahí viene Amalia!
¡Buenos días mi chula! Por más que me pongo trucha nunca logro estar listo al momento de que pasas por mi linda morada. Le prometo a la vida que mañana estaré más atento esperándote.
Amalia (sin siquiera voltear)– Ni te molestes, mi amigo el Drone tiene un sensor que te detecta a lo lejos y me alerta contra sus malas intenciones.
Gachurro – Dro… ¿qué? Sepa quién sea ese amigo tuyo que por más que busco simplemente no logro verle, hazle llegar mis saludos y dile que para él también tengo sorpresas.

Mi padre, para prevenir este tipo de acontecimientos, decidió suspender sus proyectos por varios meses hasta que logró construir a “Tequila”, un Drone de capacidades únicas que me acompaña a donde mi brazalete, decorado con creatividad cursi y futurista, anda conmigo. Tequila manda un reporte en tiempo real a mis padres sobre todo lo que tenga que ver con mi salud y bienestar. Él sufre un poco porque el sonar de sus hélices atrae a una que otra abeja reina que luego no logra quitarse de encima. Yo muero de risa cuando se molesta porque otro bicho volador no le deja trabajar, a consecuencia de ello le envía imágenes y videos con tiempos de retraso a mi padre. Claramente percibo cuando está molesto o incómodo por su característico zumbido agudo. Es tan tierno que de cariño le llamo “Bichito”. En nuestro caminar de regreso a casa y disfrutando de una golosina, una veces ácido, otras picoso pero más agridulce, le propongo crear microcuentos con palabras generadas bajo un algoritmo de aleatoriedad:


Decidió quitarse la vida pero nunca la encontró porque ya estaba en el corazón de ella quien tenía el privilegio de ser inacabable, la reina recarga sus pilas dando y dando amor.

-       Larga vida a la reina -


Yo comenzaba a disfrutar de mi etapa edípica cuando aquella caída no sólo le cambió la vida a mi padre, lo hizo a todos en casa. Mi madre Sophia cambió sus discursos de tipo terapéuticos. Recuerdo perfectamente sus palabras: “esta cama es sólo de papá y mamá, aquí no duerme ningún niño”, “cuando papá sale de viaje yo duermo sola”; por aquellos que incentivaban una familia unida: “cada que alguien de la familia enferma, lo hacemos todos, por lo mismo todos necesitamos de la medicina que nos cure”, “si alguien merma su salud, requiere del otro para unir fuerzas hasta que ambos se sientan mejor”. Con el pasar de los años fui entendiendo que todo niño nos enamoramos de nuestro padre del sexo opuesto, es una buena manera de crecer sanamente. Para mí, fue fácil entender lo que sucedía porque papá dejó de jugar a los Legos conmigo, dejamos de diseñar casas de muñecas en la computadora, dejó de platicarme sobre sus nuevos modelos de autos en su compañía Tesla Motors, su otra empresa SpaceX le requería un gran esfuerzo que, cuando recibía llamadas del encargado, apenas lograba estar despierto cuatro o cinco horas en todo un día. En su empresa terminaron por cancelar el proyecto de lanzamiento espacial más importante de los últimos 6 años. Mi padre no sólo había llegado a las estrellas con sus más recientes inventos, también lo estaba haciendo con sus dosis de morfina para soportar los dolores que le hacían poner los ojos en color blanco. Algunas ocasiones que mi madre me pedía que le cuidara, yo siendo tan pequeña, lo más que podía hacer era avisar de cualquier acontecimiento importante, cargarlo, masajearlo, asearlo y trasladarlo eran tareas muy difíciles que sólo mi madre podía hacer.

Para hacerme más llevaderas las horas que le dedicaba a mi padre, a veces le leía la novela el “Juego de Ender” o bien, escribía una bitácora con las palabras que decía mientras sus alucines sucedían. Lo qué más solía balbucear cuando yo le preguntaba si necesitaba algo, eran frases que llevaban a lo mismo:
Papá – Oye Amalia tienen que ser recargables…
Papá – Mi querida hija Amalia tienen que ser autosustentables…
Papá – Mi pequeña Amalia, tienen que ser infinitas…
Papá – Amalia, no tienen que ser desechables…
Papá – Oye Amalia servirán para que tequila viva sin cables…
Papá – Amalia, tienen que servir para que tequila nunca muera…

Sus medicamentos generalmente le ocasionaban que no fueran tan claras su palabras, pero “Bichito” lograba cumplir su misión: me ayudaba en la traducción pues tenía un módulo de codificación de voz, así procesaba todo tipo de decibeles con algoritmos de reconocimientos de patrones.

Lo más difícil de la enfermedad que vivíamos en casa, tenía que ver con las discusiones que había entre mis padres. Mi madre ya no podía con el cargo de conciencia y la cantidad de trabajo físico, en repetidas ocasiones decía que se estaba convirtiendo en otra persona: más odiosa y menos tolerante. Pensaba que la mejor manera de sanar era salir corriendo de casa y dejar todo atrás. Me llegó a explicar que se sentía como en medio de un examen de matemáticas en el que el profesor le dio dos opciones: dejarlo todo y esperar una segunda oportunidad al final del ciclo escolar con un examen más difícil y que incluyera todo lo aprendido; o dejarlo todo y comenzar el año escolar desde cero en otra escuela, con otro maestro y con un nuevo grupo de compañeros.

Yo vivía las cicatrices y heridas que mi madre se estaba haciendo y me ponía tan triste escucharla decir “extraño esa insoportable que yo soy sin mi”, así que decidí generar un programa para que “Bichito” lo ejecutara cada vez que yo lo necesitara. La idea es que el programa decida la mejor canción al volumen ideal para que el mal humor y la tristeza desaparezcan, había decidido dejar de escuchar lo que no es acorde con mis 10 años.

El consuelo que mi madre recibía era una promesa de papá para crear una prótesis que lo hiciera autosuficiente. Al final de cada discusión, mi padre siempre prometía estar al 80% de su diseño que lo levantaría de la cama.
En la víspera de Navidad, mi padre y yo notábamos muy extraña a mi madre Sophia, tan alegre como hacia tiempo no era. El mismo “Bichito” captaba en sus sensores datos no comunes, al grado de requerir el borrado de su “cache” en su interfaz de procesamiento de datos.

La noche inigualable, sirvió para que mi padre y yo muy entusiasmados termináramos los proyectos en mente. Al terminar el recalentado, cada uno de nosotros nos fuimos a trabajar a nuestros centros de innovación y no salimos hasta terminar. Mi padre logró precisar la aleación que soportaría su peso y lo llevaría a estar nuevamente de pie, en tanto, yo logré organizar todos los elementos que previamente había seleccionado y acomodado en cajas debajo de mi cama. Con ayuda de “Bichito”, logré trazar el plano arquitectónico de esa batería que tanto deseaba mi padre. La primera prueba fue realizada arriesgando la vida del regalo más preciado que mi padre me ha hecho; “Bichito” sufrió una actualización que lo comprometió a estar conmigo por siempre. La sorpresa vino cuando buscamos a mi madre para darle, cada uno de nosotros, la gran noticia. Nunca imaginamos que los sorprendidos seríamos papá y yo pues mamá ya no estaba en casa, se había retirado para siempre. Lo confirmamos por la nota que dejó en el refrigerador. Ahí se listaban los mejores tips de supervivencia y los artículos indispensables que no podíamos olvidar cada vez que fuéramos al supermercado.
La despedida la dejó en un mensaje de voz que grabó días antes en el disco duro de “Bichito”. Al terminar de escuchar los matices en el mensaje de mi madre, supe que el invento de mi pila de inagotables energías no eran para los proyectos de papá en sus autos deportivos, sino en quien dejaba caer la última pieza de Lego en su vida y se retiraba para comenzar a estudiar para un nuevo examen de vida, un examen de conciencia a favor de la salud mental y de lograr paz en el alma.
Y fue ahí donde tuvimos que re-configurar nuestras vidas…
Desde entonces, mi padre y “Bichito” son mis mejores acompañantes en este viaje que es la vida, reímos, jugamos, seguimos creando y hemos ido sorteando cualquier crisis energética, económica y hasta el calentamiento global.

Como cada noche nos reunimos en casa para cenar y agradecer  a la vida por ser quienes somos y estar donde estamos, mi padre y yo haremos nuevos ajustes en “Bichito” para que cada 10 de mayo su GPS localice a mi madre y, con un rayo láser especial le haga llegar hasta su corazón nuestro cariño, como una especie de apapacho silencioso que nos sincronice con ella; también la buscará para felicitarle por ser la mejor mamá del mundo, y hacerle llegar nuestro infinito agradecimiento y deseo de que vuelva a nuestros corazones incondicionales.

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