Pulsaciones

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Desindexa ese mal entendido, ¡por favor!” le ordenaba mi madre a una de mis hermanas a la par que lloraba por no entender el comentario del vecino. “No es tan fácil Mamá, y menos cuando me lo ha recordado en tres ocasiones seguidas”, contestó Regina ya sin lágrimas y molesta por no poder hacer mucho en el actuar del apuesto Gerónimo.
Para no inmiscuirme más en el sufrimiento de mi hermana, me retiré de ese contexto no sólo esperando le consolaran a Regina con la verdad que toda madre siempre sabe tener; también lo hice anonadado con esa forma adaptable con la que los padres saben trascender en el crecer de las generaciones.

El derecho al olvido no es lo mismo que el derecho a olvidar. El primero, en México particularmente y enfocado a lo digital, es un derecho que tiene el titular de un dato personal a borrarlo, bloquearlo o suprimirlo. En tanto, el derecho a olvidar es el protagonista oculto (no privado, mucho menos reservado) de este libro. Así como mi hermana Regina recibía instrucciones para no llenar sus pensamientos de información inservible, mi madre hábilmente estaba usando el mejor fraseo hasta abrir la puerta del derecho a olvidar. Para Elia Watson de 16 años protagonista de la obra literaria que catapultó al éxito a Javier Ruescas (por lo menos aquí en México varios adolescentes me hablaron de él por este su séptimo libro), el olvido lo vive como algo que no desea, se lo impusieron a consecuencia de un accidente. "Recordar es volver a vivir", afirma una frase común, mientras que Elia fomenta un “olvidar es una mejor forma de trascender lo mal vivido”. El esfuerzo de Elia para recordar los detalles de su accidente, luego de un coma, la lleva a ser viuda por un momento, es decir, olvidar incluso que su novio fue el motivo para vivir con el mejor neurotransmisor en el área tegmental ventral del cerebro a consecuencia del enamoramiento: dopamina. También es fácil suponer que los autores usarían esta viudez momentánea para potenciar la oportunidad de un segundo encuentro. El lector podría experimentar un sabor extraño a consecuencia de leer una novela juvenil usando el género epistolar de los milenials (los chats impersonales síncronos y asíncronos), pero incluso no queriendo llegar a descubrir un final obvio. Yo mismo llegué a atesorar la idea de leer que no existiría un reencuentro y antes dejaría de existir Marcos (con nickname Phoenix), morir de amor sería un recurso literario ideal, pero más a consecuencia de la gravedad del accidente automovilístico con el que Elia tendría que vivir y trascender toda su vida. En dicho sentido, y contraviniendo al lector, Marcos decidió el nick Phonix por su idea de aferrarse a la vida y ser una criatura de fuego que renace de sus cenizas hasta planear un viaje astral con Elia.

No voy a dejar de agradecer que, a pesar de ser una novela escrita en mensajes de móvil, el abuso de abreviaturas como "Ok" y "LOL" fueron las necesarias, contrario a los cientos de "WTF", "NTP", "BFF", "BTW" o "DIY" que ya se adoptaron en el expresar de los jóvenes; ni si quiera creo haber leído el que yo más uso: "TQM". También debo aplaudir que los protagonistas tienen buena actitud de aprender a ser propios, lo intuyo porque sus mensajes, a pesar de interactuar con un estadounidense, están bien redactados y sin faltas de ortografía.

Hablar de cómo los personajes trabajan bien los tema de la superación personal, la manera de perseguir los sueños y el aceptarse a uno mismo, es casi anticiparles el final. En lugar de ello resaltaré el ingenio de los autores para hacer notar que el libro utiliza una plataforma tecnológica que mide las pulsaciones al final del día. Dichas pulsaciones son una métrica que se contabilizan a través de una Appdel acelere según el tiempo online, las conversaciones y la cantidad de amigos.

No puedo dejar de lado la pasión de los protagonistas por el cine, si bien el final no es de película, si te acelera el ritmo cardíaco para terminar con una sonrisa y quizá un suspiro liberador. Vale la pena entonces cerrar este comentario con la mejor frase alusiva a la cinta titulada "Descubriendo a Forrester" e interpretada por Sean Connery:

"Abandonamos nuestros sueños por miedo a fracasar
o, lo que es peor, por miedo a triunfar"

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